Sudoración, palpitaciones, un fuerte miedo y ganas de evitar a toda costa la situación. Una desproporción en la activación de emociones intensas al tener que acudir al odontólogo o imaginarse haciéndolo. Pensamientos recurrentes acerca de la turbina, la aguja, la sonda dental, el procedimiento de una extracción o un simple pinchazo, son proyectados como insoportables. Acabar por llamar para anular la cita a pesar de tener necesidad. Sentirse culpable por este impulso que se sabe irracional.

Estas son algunas características que forman el diagnóstico de «fobia dental». Porque sí, un número considerable de personas pueden sentirse ansiosas en la consulta del dentista —al fin y al cabo se tratan de situaciones que se hacen por un bien futuro sacrificando cierta comodidad presente—, pero solo un pequeño porcentaje se cataloga dentro de las personas con un trastorno fóbico. Una fobia no es solo miedo, sino un miedo irracional y muy intenso; tampoco es simple incomodidad, sino alto sufrimiento.

La fobia al dentista es en la mayoría de sus presentaciones recogida dentro del tipo «sangre-inyección-daño»: un subtipo de fobia en la que se «transforma» un miedo evolutivamente adaptativo —el de la evitación del dolor y daño físico—, en un horror muy desproporcionado hacia un objeto que no debiera provocar tal reacción por no conllevar ese peligro. A consecuencia de ello la persona no puede acceder a un servicio tan necesario como el del cuidado dental; por lo que actualmente es aceptado que el «miedo dental» es una barrera para la salud oral, estando conectado con un estado de salud deficiente en niños y adultos.

Con tasas de prevalencia que van del 4% al 23% según algunos estudios, o entre el 11 y 20% en otros, la ansiedad dental es un factor importante a considerar si se quiere mejorar la calidad de vida del paciente. Algunas acciones que sirven para sobrellevar y acabar superando este miedo parten del paciente mismo y otras de las actitudes y prácticas del doctor/a. La intención de esta entrada es explicar brevemente algunas de ellas.

En relación con lo que el propio paciente puede hacer, los estudios reflejan que este subtipo responde positivamente a lo que el resto de fobias. Esto es, que el tratamiento más eficaz y contrastado empíricamente es la «exposición en vivo», bien sea inmediata e intensa —plantarse en la situación temida y soportar la experiencia hasta que se reduzca la ansiedad, lo que se conoce como «inundación»— o bien jerarquizada, donde se parte de situaciones que le suponen menor ansiedad al sujeto para a partir de ahí irse enfrentando a las de la parte superior de la escala —paso a paso—. Además, también se ha comprobado que las técnicas de relajación —respiración incluida— y distracción atencional —utilizar algún elemento, imagen o ritual, que corte los posibles pensamientos ansiógenos— pueden ser efectivas en la disminución de los niveles de ansiedad mientras se acude a la consulta dental. Este tipo de técnicas propuestas por los profesionales consiguen que el paciente tolere o reduzca considerablemente su estado de activación y de este modo reducir ese miedo que está impidiendo dar el paso necesario.

Resulta de especial interés también lo señalado en las Guías de Práctica Clínica, que es que principalmente dos factores se relacionan con el alto miedo al dentista: la actitud del propio dentista y el miedo a las negligencias. Teniendo esto en mente, se sabe que la comunicación profesional-paciente juega un papel importante en el aumento de capacidad del sujeto de acudir a la cita y de llevar adelante el encuentro: el soporte verbal y proporcionar tranquilidad son estrategias que deben ser usadas por todos los miembros del equipo. Las citas deben ser de mayor duración para permitir al dentista la explicación detallada del procedimiento y posterior realización del tratamiento. Con ello se reduce el miedo a las posibles negligencias, al observar el tratamiento detalladamente, provocando de paso un contacto con el lugar temido que va sirviendo de adaptación. Una vez iniciado el tratamiento, los estudios concluyen que a los pacientes que tiene algún tipo de «señal» con el odontólogo —para que éste pare en un momento dado— se les hace más llevadero el proceso al tener una mayor sensación de control. Todo ello se resume en que existen intervenciones sencillas que el propio odontólogo y su equipo pueden llevar a cabo en la consulta dental que son de gran ayuda para los pacientes que presentan estas características.

Superar la ansiedad al dentista —más en el caso de una fobia— nunca es sencillo, pero eso no quiere decir que sea imposible. De hecho, el número de personas que lo consiguen y tienen éxito, a pesar del sufrimiento inicial, es elevado. Hoy en día se conocen tratamientos efectivos que facilitan la interacción con la situación evocadora de ansiedad y la reducción paulatina de ésta. La perseverancia del paciente y la actitud de los doctores y del equipo de la clínica son condiciones necesarias; los últimos deben tener sensibilidad con aquellos que sufren para que no se sientan juzgados y, sobre todo, encuentren un espacio de seguridad donde ir poco a poco superando su temor.

El paciente que teme debe sentirse comprendido; el compromiso y la empatía ayudan a ello. Y a partir de ahí, los pasos a seguir son más sencillos y los miedos y ansiedades se superan, favoreciendo que una parte fundamental de la salud no quede descuidada a costa de la gratificación inmediata —pero en realidad insatisfactoria— de evitarla.